La Selvas del Manu: Exuberante Belleza
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Por: Walter Wust Amanece en el bosque
tropical. Una espesa bruma lo envuelve todo, acentuando el canto de miles de aves que
saludan al nuevo día. El sol se eleva perezoso entre las copas de los gigantes del bosque
y sus primeros rayos convierten en perlas las minúsculas gotas de rocío suspendidas de
cada hoja. De pronto, como salida de la nada, una delgada canoa avanza lentamente sobre
las quietas aguas de una laguna. Sobre ella, de pie y en perfecto equilibrio, un hombre
observa la verde superficie con gran atención. Lleva varias flechas y un arco de chonta
con el que impulsa la embarcación. Se detiene y fija la mirada en las aguas. Tensa sus
músculos y se apresta a disparar. Extraordinaria riqueza Estas selvas constituyen el rincón más diverso de la Tierra y han sido declaradas por
la UNESCO como Patrimonio Natural de la Humanidad. Con una extensión de casi dos millones
de hectáreas (la mitad de la superficie de Suiza y el doble de la de Puerto Rico), la
Reserva de Biósfera del Manu comprende áreas sujetas a la protección estricta -el
Parque Nacional-, y otras de uso sostenido o de manejo de recursos: la zona reservada y la
zona cultural. El especialista recorrió prácticamente todo el oriente del país sin encontrar una zona que tuviera las características ideales. Desilusionado, acudió a las oficinas del Estado a presentar su informe. Aquí conoció al naturalista polaco Celestino Kalinowski, colector de fauna silvetre y viajero empedernido de la Amazonia, quien vivía afincado en la selva alta del Cuzco. Kalinowski había venido a la capital para proponer a las autoridades la creación de una reserva en cierto lugar de la Amazonia conocido como Manu, una zona de difícil acceso, pero poseedora de la mayor riqueza natural imaginable. A los pocos días realizaron la travesía y la conclusión fue definitiva. Era necesario proteger ese rincón del país. Mil caras del Manu El Manu se inicia a más de 4,000 m.s.n.m. Una accidentada montaña domina el paisaje de la puna. Es allí donde el viento helado barre sin cesar las matas de ichu y donde el cóndor andino vigila impasible desde las alturas. Conforme se desciende, la humedad aumenta. El ichu y los rugosos quinuales dan paso a los extraños bosques enanos de la puna. Los hombres de esta región lo llamaron Apu Kañahuay, que significa "el que está cerca de Dios". En las alturas de Paucartambo, enclave andino al este del Cuzco, la naturaleza creó el mayor balcón natural del planeta. Conocido como Tres Cruces o Acjanaco, el lugar ofrece un panorama sin igual. Las nubes, literalmente emergen a los pies del viajero, para ascender desde la selva hacia la cordillera, en un espectáculo de belleza indescriptible. Sin embargo, durante la salida del sol, la profusión de colores y haces de luz, cobra su mayor intensidad. Por algo se dice que desde aquí es posible observar el amanecer más bello del mundo. Al descender un poco más, la pendiente se vuelve pronunciada. Las montañas parecen cortadas a tajo, y la tierra desaparece cubierta por la frondosa vegetación de palmeras y bosques de bambú. Los arroyos que discurrían apacibles en las llanuras andinas, se precipitan en picada hacia el oriente, formando corrientes turbulentas y cascadas de agua cristalina. Nos encontramos en los bosques de neblina, paraíso de orquídeas y helechos arbóreos, bromelias y begonias gigantes, mariposas y picaflores. Este es un mundo de musgo que lo cubre todo sin distinción. El hogar del tunqui o gallito de las rocas, del oso andino o ucumari, del quetzal y del mono choro. Un entorno de indescriptible esplendor pero de gran fragilidad. Tierra generosa Una tierra donde el sol calienta los días y las noches son frescas con aromas de
flores y hongos. En la lejanía, el aire tibio de la selva baja invita a descender aún
más. Este es el territorio de caza de animales hermosos y espectaculares, de jaguares y enormes caimanes negros, de tapires de 200 kilogramos y roedores del tamaño de un perro pastor alemán (los ronsocos). También de cerdos de monte armados con enormes colmillos (sajinos y huanganas), y criaturas que no han variado un ápice desde la era prehistórica (armadillos, hormigueros y perezosos). Los árboles son compartidos por más de 600 variedades de aves, que van desde las poderosas águilas harpías -comedoras de monos de más de un metro de altura-, hasta los pequeños picaflores poco mayores que un insecto. Pasando por bandadas de coloridos guacamayos, tucanes, garzas, pavas, perdices y muchas, muchas más. Equilibrio único Las plantas son posiblemente las que mejor representan esta "doble personalidad". Aparentemente inmóviles, se disputan cada centímetro de terreno en busca de luz y suelo. Han desarrollado poderosas defensas químicas y duras corazas para disuadir y repeler a posibles comensales. Por su parte, los animales han evolucionado antídotos y eficaces herramientas para doblegar a las plantas. Cada palmo de terreno bulle de vida y se encuentra directamente relacionado con el resto del bosque, conformando un sistema tan complejo como sorprendente. Esta suerte de caos ha funcionado de manera perfecta durante millones de años. El resultado es un equilibrio sin precedentes. Cada criatura ocupa un lugar en la cadena de la vida y es indispensable para la supervivencia de la otra. Así, de la misma forma en que los peces son vitales para dispersar las semillas de los gigantes del bosque, los murciélagos polinizan las flores, que luego producirán frutos. Y éstos alimentarán a legiones de monos y aves. Finalmente, los microorganismos incorporan cada hoja caída al ciclo de nutrientes. La selva se renueva cada día. Los Machiguenga, al igual que los Yaminahua, Piro, Amahuaca y Amarakaeri han sabido observar la naturaleza y comprender sus procesos, integrándose a ellos en vez de intentar dominarlos. Su nivel de adaptación llegó a tal extremo, que vivieron durante milenios sin agotar sus recursos. Han desarrollado métodos de agricultura integrada al bosque, y empleado centenares de especies de plantas y animales para los más diversos fines: construcción, vestido, alimentación, medicina y hasta rituales mágicos. Conocieron plantas que curaban las picaduras de peligrosas víboras, que aliviaban el dolor, que servían como repelentes, eficaces contraceptivos o poderosos cicatrizantes. Todo ese aprendizaje no hubiera sido posible sin un férreo respeto por la vida en todas sus formas. Las selvas del Manu nos ofrecen hoy en día la oportunidad de conocer el bosque tropical como fue hace millones de años, de adentrarnos en sus procesos y de aprender -con la humildad de quienes ansían descifrar las leyes de la naturaleza- cada uno de los secretos. Un tesoro que los peruanos y el mundo entero debemos conservar. |
Por Walter Wust
Año II/Número 9 , Página 38
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