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Trujillo: Su Pasado lo Espera

[PLAZA]
Foto:Alejandro Balaguer

 

 

[MASK]
Foto:Alejandro Balaguer

 

 

[OLD]
Foto:Alejandro Balaguer

 

 

[PUERTA]
Foto:Alejandro Balaguer

 


[NINOS]
Foto:Alejandro Balaguer

 

 

[PALMERAS]
Foto:Alejandro Balaguer

 

 

[ESCALERAS]
Foto:Alejandro Balaguer

 

 

[CRISTO]
Foto:Alejandro Balaguer

 

 

[ESTATUA]
Foto:Alejandro Balaguer

 

Si los apacibles trujillanos miraran hacia el pasado para ver lo fieros que fueron los pobladores de aquellos valles tal vez harían callar al poeta anónimo que, en son de marinera, inventó aquello de que "En Trujillo nació Dios".

Las maravillosas policromías que adornan los relieves encontrados en la Huaca de la Luna muestran el rostro de aquellos feroces guerreros que degollaban a sus rivales o los despeñaban en mataderos colectivos. Temibles personajes que no dudaban en sacrificar niñas vírgenes para ofrendar esa sangre inocente a fin de calmar la ira de sus dioses.

Tal vez por eso será que, hasta hoy, las huacas se ofrecen como escenario para ceremonias de brujos contemporáneos que se disputan el terreno con los laboriosos arqueólogos que rescatan el ancestral arte de los antiguos norteños.

Pero hoy no es más la violencia lo que une a los actuales habitantes de esta siempre solariega capital norteña. Es, más bien, el temple, apacible y cordial, de sus pobladores que, según los abuelos, es producto de su benéfico clima, sosegado y propicio para la ternura. Aquí hasta el amor se hace bailando. Danza mayor del Perú, la marinera la ha elegido su capital. Y en el verano, miles de parejas sacan a relucir trajes y sones. Dibujando con quiebres y firuletes, una sensualidad de encajes, guiños y pies descalzos, así se enamoran los trujillanos. Dicen algunos que la marinera norteña se asemeja a una amorosa persecución. Dicen también que imita la cadencia y galanura del trotar de un caballo de paso peruano. Dicen que representa el romance imposible entre una pava y un corcel.

Dicen que la mujer trujillana en poco se parece a las de otras ciudades norteñas. Los varones afirman que las trujillanas son "reservadas, pantorrilludas y altivas porque siempre han vivido rodeadas de una inmensa muralla, luego convertida en avenida, que las encierra en un anillo contra el asedio. Antiguamente eran los piratas. Y hoy en día, quizá también".

"Buenos días, Trujillo, capital mundial del shambar" -exclama a voz en cuello, un locutor radial. Y es que el shambar de los lunes es el plato obligado en cuanta mesa se precie de liberteño buen sabor. Es el potaje que resume todas las sangres: mote, frejol, trigo, chancho, cancha, culantrito, ají colorado, cebolla y mucho olor. Una fiesta de sabor.

Ceterni es el extraño nombre de una princesa que acompañaba a uno de los legendarios fundadores de la cultura norteña. Dicen los cronistas que era de una belleza sin par. Nada, sin embargo, envidian hoy de Ceterni las bellísimas mujeres que en setiembre hacen de Trujillo la capital de la hermosura. Entonces, Trujillo se viste de primavera, de jolgorio y algarabía, de seducción y de aventura.

La historia reciente se plasma en las casonas e iglesias coloniales que le disputan, a las huacas milenarias, belleza y fuerza magnética. No hay casona o construcción antigua en Trujillo que no esté poblada de almas en pena (¿o en gozo?) que las recorren noche y día. Así, por ejemplo, El Brujo, uno de los descubrimientos arqueológicos peruanos más importantes de la década, muestra unas pirámides edificadas por los sucesivos restos de templos de diversas culturas. Del lítico a la colonia. Fardos funerarios a flor de tierra.

Cada rincón, una historia. Las iglesias y las casonas coloniales de arquitectura hispana e insinuante, una notable influencia nativa. Vea usted, amigo, se escucha al siempre cordial trujillano, inicie usted la marcha por la Plaza de Armas (Plaza Mayor, le dicen otros, amigo) y admire nuestro francés monumento a La Libertad. Siga bajando rumbo al mar, deje que la brisa lo guíe. Tiene la casa Urquiaga Calonge en la cuadra cuatro de la calle Pizarro. De frente siga y llegue a la esquina de la cuadra tres y tendrá la más bella casa colonial, digo yo, la Casa del Mayorazgo. Pero adéntrese, viva con pasión la historia. No deje de visitar en su recorrido las iglesias que maravillan. La Catedral, Santo Domingo, San Agustín, San Francisco, Santa Ana, El Carmen, La Compañía.... Cuentan que hay unos subterráneos que unen a todas las iglesias de mi Trujillo antiguo. Pero falta averiguar si esto es verdad. Si nos visita de nuevo, le ofrezco tener lista la respuesta. Mientras, sigamos sobre tierra, aprovechemos los deleites del sol. Solácese en nuestros balcones, los bellos ventanales, los portones. Disfrute de los colores verdaderos de mi ciudad natal. Pocas ciudades conservan en América toda su herencia colonial y republicana. Sí, se siente, amigo, el aliento trabajoso de sus constructores, de sus hombres, de sus grandes señores. Son estas las calles más limpias del Perú, parece como si las lustraran, y todavía conservamos algunas arterias con adoquines de piedra labrada. Perciba la magia de las plazuelas. Sígame, no se distraiga tanto en cada sitio, nos gana el tiempo. Mire, hemos llegado a la plazuela El Recreo, aquí las almas conversan con el susurro de las hojas de los árboles, ¡cuántos amores han nacido -y muerto- aquí!. Vea, bajo estos frondosos y añejos ficus medio Trujillo se ha estremecido de amores puros o prohibidos, ¿sabe de lo que hablo, amigo?

Poesía. Trujillo es poesía. Sin que medie la guía del buen trujillano, el turista que sienta el poder de la palabra en movimiento puede llegar a la esquina de las calles Orbegoso y San Martín y subir a una vieja casona de adobe y madera para conocer la habitación donde viviera el más universal de los escritores peruanos. Vino de lo más lejano de la sierra liberteña y se llamaba César Vallejo. Aquí fue universitario, maestro de niños, injustamente preso. Caminaba por las calles del viejo Trujillo con el cabello más largo que los demás muchachos y tenía el rostro broncíneo del indio peruano. Hasta hay quienes llaman a Trujillo, en su honor: Ciudad Vallejo. ¡Hay, hermanos, muchísimo que hacer! Por las noches en el centro mismo del monumento a La Libertad, jóvenes locales se juntan a ponerle rock a las letras de Vallejo. A su tradicional efervescencia de ciudad cultural se adhieren las nuevas generaciones. Y es que contar con cuatro universidades, centros de educación artística, festivales culturales -especialmente de danza clásica- y un legado tan enorme de cultura política, permite a los trujillanos beber sin temor de todas las fuentes.

Las noches en la ciudad de la primavera nada tienen que envidiarle a las limeñas. Con el ingrediente de gozar en una discoteca en el centro mismo de una casona colonial o de saborear una "corrida de toros", todas las carnes con sabor a anticucho y algo más. Para luego, cuando la hora azul se aproxima sigilosa, ir a parar a las mil y una noches de Huanchaco y amanecer con un jardín en la cabeza.

La noche de la majestuosa fiesta en que los peruanos del norte agradecerían al libertador Simón Bolívar quedó grabada, sin embargo, en las páginas menos felices de la historia. Cuando el general preferido de Bolívar se acercó con elegancia a pedir un baile a la esposa del anfitrión obtuvo una negativa tan rotunda como los cañones de la independencia que aún resonaban en la patria América. El desairado era muy apuesto y, además, victorioso. Pero era, sobre todo, negro como la noche. Obligada al baile por el esposo, casi al sonar el último acorde ordenó se quemara su traje traido desde el mismísimo París.

Aquella noche el Mariscal patriota peruano Luis José de Orbegoso y Moncada tuvo tanta furia, tanta furia que hasta hoy, cada pared de su casona majestuosa parece exhalar sus iracundas vibraciones. La casona de Orbegoso, con el paso del tiempo, se ha convertido en la expresión de una nación que se forma trabajosamente con muchas influencias, como una síntesis del arte americano y europeo del siglo XIV.

Las dos plantas de la casona conservan aún las características de las antiguas casonas de la ciudad. Placentero juego de volúmenes. Grandes y frescos terraplenes, escaleras y corredores. La estructura es en forma de L, desarrollándose en torno al patio principal que evoca la arquitectura barroca. La ornamentación de la casa es deslumbrante: soberbio mobiliario de época, una finísima vajilla en cristal y plata, y los admirables murales del famoso pintor mochero Manuel Márquez.

Desde hace algunos meses, la Casona guarda en su seno los restos del más conocido de sus dueños: el Mariscal José Luis de Orbegoso y Moncada, prócer de la independencia y único trujillano presidente del Perú. El traslado de sus restos constituyó una verdadera fiesta cívica en esta comarca en el bicentenario de su nacimiento.

Cuenta la leyenda que, de entre los mares, del espumoso oleaje, salió un personaje acompañado por un amplio séquito: desde el trompetero y el hamaquero hasta uno singular que esparcía grandes cantidades del rosado humo de mullo al paso del príncipe. Taykanamo se hacía llamar y civilizó estos ricos valles. De ello hace ya más de mil años.

Al discurrir de los siglos, cada heredero del fundador fue edificando la más grande ciudad del Perú de entonces. Chan Chan fue la capital del imperio del Chimor y la más grande de las metrópolis de barro de todo el mundo antiguo.

Gigantesca urbe de más 20 kilómetros a la redonda, en ella se vivía integralmente. Centro ceremonial religioso, descomunal despensa, unidad administrativa, bunker militar, con impresionantes reservorios que hasta hoy perviven y ciudad playera para que los intrépidos pescadores se hicieran a la mar en sus ancestrales caballos de totora.

Sus caminos empedrados, inmensos canales de irrigación, el enorme conocimiento del clima y su intercambio comercial y cultural con los pueblos andinos, hicieron de los chimúes excelentes ingenieros y notables artesanos.

Según los estudiosos, los chimúes parecen haber precedido unos cinco o seis siglos al mundo occidental en el descubrimiento de los principios hidráulicos. En los alrededores de Chan Chan, cual serpientes inmensas entre los arenales, discurren aún los grandes canales de regadío. Piedra sobre piedra. Vida e historia germinal. Una ciudadela de este imperio, que floreció desde el 900 hasta 1,470 de nuestra era, estaba constituida por cuatro definidos sectores. La gran plaza ceremonial y de audiencias, luego, la residencia del gobernante, la tercera: una gran despensa de alimentos y un reservorio, o wachaque en lengua chimú. Finalmente, unos bien cuidados recintos funerarios, destinados únicamente a los grandes señores.

En la periferia de cada ciudadela habitaba el pueblo, dedicado básicamente a actividades agrícolas, además de los artesanos y pescadores, sostén de la antigua civilización que ocupó toda la región norte del Perú preinca. Su trabajo arquitectónico perdura en los palacios para el asombro del visitante. Grandes edificaciones de barro y arena de hasta 15 metros de alto. Paredes antisísmicas de forma trapezoidal, de más de cinco metros de base, con grandes piedras prensadas con arcilla.

Las altas paredes fueron revestidas con bellos y artísticos altorrelieves. Representan no sólo las costumbres y sus mitos religiosos sino también, el uso científico de los astros y las estaciones para fines agrícolas y pesqueros. Los motivos muestran combinaciones de figuras pequeñas, semejantes, en sucesión horizontal y vertical. Deslumbran los peces, las aves y los reptiles. Una geométrica y minuciosa maravilla. Los dibujos parecen haber sido bordados, uno por uno, sobre el barro inmemorial.

Chan chan fue la ciudad que sitiaran los Incas en una guerra que debilitó a ambos imperios y terminó por precipitar la victoria española. Hoy es un patrimonio arqueológico del país y, pese a que todavía hay quienes intentan apropiarse de sus territorios, Chan Chan, como Trujillo, es, como lo cantara alguna vez un poeta, un espacio arrebatado a las gaviotas...

Por Zarela Montes
Año I/Número 4 , Página 08
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