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Nos paseamos en el Cusco

Foto:Alejandro Balaguer

 

 

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Foto:Alejandro Balaguer

 

 

Foto:Alejandro Balaguer

Pocos saben que esta plaza , en sus orígenes, tuvo más del doble de su actual dimensión y estuvo dividida nada menos que por un río: el Sapphi, que desemboca en el Huatanay y cuyas aguas fluyen hoy por debajo de los edificios que se ubican frente a la catedral. Durante los días del imperio, esta plaza estaba dominada por una inmensa piedra cubierta por láminas de oro en la que se llevaban a cabo sacrificios y todo tipo de ceremonias militares y religiosas que dieron lugar a que fuera llamada el Aucaypata, que significa La Plaza de la Guerra, aunque existe otra tradición que asegura que su nombre quechua era Huacaypata, cuya traducción literal es La Plaza del Llanto y que podría aludir a la tristeza que invadía el lugar cada vez que en ella se realizaban los funerales de un Inca. Más tarde, ya durante la conquista española, la Plaza de Armas del Cusco fue el escenario de numerosas y muy crueles ejecuciones públicas, como la de Túpac Amaru II, el más importante líder de la revolución indígena del siglo XVIII.

Continuando la caminata por la plaza, en la esquina oeste encontramos la llamada "Casana" que, según algunos historiadores, fue el palacio del Inca Pachacútec, el más importante organizador del imperio.

Este edificio fue tomado por los conquistadores españoles que invadieron el Cusco en 1533 y lo que quedó de él puede todavía apreciarse en la esquina en que funciona el restaurante Roma. La Catedral, construída sobre los restos del Quishuarcancha que, según se cree, fue el aposento del Inca Viracocha, se comenzó a edificar en el 1550 y fue terminada casi un siglo después. En su interior, pueden apreciarse cerca de 400 impresionantes pinturas coloniales, la mayoría de ellas, pertenecientes a la "Escuela Cusqueña" , un importante grupo de pintores indígenas que aplicó las técnicas occidentales a su propia sensibilidad para producir las más hermosas -y desconcertantes- imágenes religiosas: una Virgen María exhibiendo un prominente embarazo, un coro de gorditos querubines aferrándose desesperadamente a los cortinajes para no caer, (su autor, sin duda ignoraba que los angelitos pueden volar) y un improbable Jesucristo que, sentado con sus apóstoles a la mesa, comparte una última cena cuyo plato principal consta, nada menos, que...¡de cuyes!

En su visita a la catedral no deje de contemplar el impresionante "Señor de los Temblores" venerada imagen de un Cristo de 26 kilos de oro y piedras preciosas y de acercarse a la misteriosa leyenda de la campana "María Angola" que, desde lo alto de una de sus altas torres, hace escuchar su poderoso tañido en 40 kilómetros a la redonda. Se cree que el nombre de esta campana -de hecho, la más grande de América Latina- se debe a una mujer negra que, subrepticiamente, se encargó de añadir una porción de oro a la fragua en la que se fabricaba.

Es a este detalle al que se le atribuye su increíble sonoridad. Al lado derecho de la catedral, tras una arquería colonial existe una fachada inca que comparten dos restaurantes y un moderno banco, allí se ubicaba el Acllahuasi -"el hogar de las elegidas"- que era el lugar donde vivían las llamadas "Vírgenes del Sol" -dedicadas al servicio religioso- y las concubinas del Inca. Paradójicamente este edificio fue transformado por los españoles en un convento para monjas de clausura.

El inapreciable Museo de Arte del Cusco puede visitarse en pleno corazón de la Hatunrumiyoc (O Calle de la Gran Piedra), famosa por su muy visitada piedra de los doce ángulos. Sobre la célebre pared de piedra se erige el museo que antaño perteneciera a la iglesia que tenía alí la sede del Palacio Arzobispal. Siguiendo el camino hacia arriba llegamos hasta la preciosa iglesia de San Blas, que data de 1562 y posee un impresionante púlpito que, para muchos expertos, constituye la pieza de madera tallada más fina del mundo pues de un sólo tronco de cedro emergen, como por arte de magia, ángeles, demonios, santos, vírgenes y quimeras. Se cree que el autor de tan impresionante obra de arte fue un artista indígena llamado Juan Tomás Tuirutupa. Alrededor de la iglesia florece lo que, con justicia, ha sido llamado el barrio de artistas de San Blas, en él puede visitarse los talleres de los más famosos artesanos cusqueños dentro de los cuales destaca el de la dinastía Mendívil, creadores de los multicolores y emblemáticos arcángeles de cuellos largos que se han convertido en casi un sinónimo de peruanidad Siguiendo la dirección de las calles Loreto y Pampa del Castillo avistamos la silueta del convento de Santo Domingo construído justo encima del legendario templo del inca de Qoricancha ("El patio de Oro"), como una muestra del poder español sobre el indígena. El Qoricancha es, sin ninguna duda, uno de los templos más famosos de América y, los únicos occidentales que pudieron conocerlo en su total esplendor fueron tres de los más rústicos e iletrados soldados de Pizarro que, mientras el Inca Atahualpa era hecho prisionero en Cajamarca, se encargaron de saquear las maravillosas filigranas de oro que colmaban este recinto sagrado. Se estima que el total de lo robado -que incluía un gigantesco disco de oro que representaba al Inti (Sol) y un altar ceremonial de, nada menos que 100 kilos de oro puro- ascendía a cerca de media tonelada del precioso metal que, por supuesto, fue condenado a su inexorable fundición. Ninguna de estas fabulosas piezas de orfebrería sobrevivió. Tal como indicamos líneas arriba, los gruesos muros del monasterio intentaron sepultar este sobrecogedor símbolo de la grandeza inca, sin embargo, el terremoto de 1950 derrumbó -casi diríamos, milagrosamente- gran parte de la edificación española, dejando al descubierto los preciosos muros que pueden ser admirados hasta la actualidad.

En otro ámbito de su recorrido, no debe perderse la aventura de adentrarse en los recovecos del mercado central del Cusco, siempre y cuando tenga presente que tan colorido emporio de comercio está infestado por una de las más temibles plagas contemporáneas: los rateros. El riesgo, sin embargo, vale la pena pues entre sus pintorescos puestos de venta se congregan peregrinos que llegan desde todas partes del país para ofrecer los productos más diversos, desde el café, frutas y especias de la selva hasta pescado fresco recién traído desde la capital. El mercado es un universo único e incomparable en cuyo interior puede conocerse el verdadero pulso de la ciudad: caótico y lleno de calor y color, una experiencia sin parangón para quienes llegan del Primer Mundo y no conocen más que el aséptico y luminoso orden de los impersonales supermercados.

Gobernando desde lo alto la ciudad se yergue Sacsayhuamán, la ciclópea fortaleza que asombró tanto a los conquistadores que muchos de ellos llegaron a creer que se trataba de una obra del demonio.

Gigantescas piedras -algunas de las cuales llegan a pesar 20 toneladas cada una- se superponen unas a otras en una unión tan sólida y perfecta que continua siendo un misterio para la ingeniería contemporánea. En una época en la que no se conocía aún el cemento, resulta inexplicable cómo sus constructores pudieron lograr que las junturas entre piedra fueran tan perfectas que entre ellas no cabe ni siquiera una hoja de papel. Los españoles intentaron, en vano, destruir este imponente fuerte militar que, hasta hoy, continúa asombrando a los viajantes.

Cuando cae la noche, la ciudad del Cusco adquiere un insospechado tono de cosmopolitismo: jóvenes locales y extranjeros se confunden en una sola multitud ansiosa de emociones. Para ello, la ciudad de los incas ofrece un sinnúmero de novísimos templos donde adorar la noche. Bailar al ritmo de una tradicional saya o entrar, sin escalas, en un éxtasis rockero son posibilidades igualmente válidas en medio del frenesí que se instala -todos los días, de lunes a domingo- en huariques ya legendarios bares memorables en cuyos muros querrá dejar estampado su nombre para siempre como grabado habrá de quedar, sin duda, el nombre de la inolvidable Cusco en vuestro asombrado corazón.

Por Peter Frost
Año I/Revista 2 , Página 8
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