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Huanchaco: Centauros Dorados


Foto:Alejandro Balaguer

 

 

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Foto:Alejandro Balaguer

 

 

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Foto:Alejandro Balaguer

Desde el litoral la visión del océano es infinita. El sol emerge tras las altas montañas para desaparecer en las inquietantes soledades marinas. Montado a horcajadas sobre su rústica nave: un caballito de totora, Mercedes Ucañan surca la "mamacocha", como lo hicieran en un tiempo remoto sus antepasados yungas, "que habitaron el reino de Chimuc Capac".

Pescador trejo de 81 años, hijo de Rafael Ucañan Piminchumo, Mercedes forma parte del último resquicio de la cultura marina que muchos siglos atrás se asentó en Guanchaco, que en lengua muchic significa "pez dorado", y abasteció de pescado salado a la gran metrópoli preinca de Chan Chan.

Su familia, al igual que los Huamanchumo, los Chinchihuaman, los Chumbe, los Inga o los Leytone, descienden de troncos familiares prehispánicos que han mantenido intacto no sólo el apellido, sino además técnicas ancestrales de pesca y confección del caballito de totora, cuyo ritual continúa siendo el mismo desde hace miles de años.

Desde muy niños, los huanchaqueros aprenden que cuando la totora (scirpus) alcanza su máxima altura, (lo que ocurre sólo una vez al año), es el momento de cortar por la base y ponerla a secar en la arena hasta que adquiera su inconfundible color dorado. Entonces, manos diestras prensan los carrizos con una "huangana" (cordel grueso), comenzando por la popa, es decir por la parte de atrás, que es más ancha, y que se angosta gradualmente siguiendo la forma del junco hasta formar una fina proa o "chusca", arqueada, que según nos explica Mercedes Ucañan sirve para cortar el oleaje y darle dirección a la nave. Sólo los caballitos de Huanchaco tienen la proa en punta y ligeramente volteada hacia arriba, como la "quilla" de la famosa tabla hawaiana que tiene en estas naves sus antecedentes más antiguos. La prueba de que los caballitos de totora existen desde tiempos inmemoriales, se encuentra en la cerámica Virú, que en diferentes piezas artísticas muestra reproducciones idénticas que data de 200 años antes de Cristo, así como en los vasos denominados"Gallinazos" que tienen 2,200 años de antiguedad.

En lengua muchic se les llamó "tup", pero los españoles los bautizaron como "caballitos" porque los nativos montaban en ellos cual si se tratara de corceles, y así lo continúan haciendo hasta hoy muchos de sus actuales descendientes; los curtidos pescadores del legendario Muelle de Huanchaco. Una vez en tierra, las embarcaciones son depositadas sobre la arena cual vigías en perfecta formación a la espera de una nueva faena.

Un sacerdote español observa en sus apuntes que,"eran muchos y cada uno en su balsilla caballero o sentado a porfía cortando las olas del mar, que es bravo allí donde pescan, parecían tritones o neptunos que pintan sobre el agua..." Cada hombre llevaba consigo una bolsa de red llamada "calcal", con anzuelos de varios tamaños, que todavía hoy en día se emplean para la pesca artesanal en varias caletas de la costa.

En sus investigaciones sobre el tema , la historiadora María Rostworowski ha encontrado que el empleo de esta balsa, durante el siglo XVI, abarcaba un amplia franja costera, que iba desde el norte de Lambayeque hasta la zona de Pisco, en el departamento de Ica.

Con el paso del tiempo su uso se redujo debido principalmente a la desaparición progresiva de los totorales, quedando Huanchaco, en la Libertad, y Pimentel y Santa Rosa, en Lambayeque, como solitarios reductos donde aún se conserva la costumbre ancestral de utilizar la caña de Guayaquil cortada en dos, a lo largo, como remo, y el ancla, que no es otra cosa que una piedra atada con cuerdas.

El antiguo peruano podía saber si la pesca iba a ser buena con sólo observar las tonalidades del mar, el cardumen, o el comportamiento de la luna en relación con la marea, de acuerdo a ello se decidía si las condiciones eran propicias para hacerse a la mar.

Inexorable extinción

Pero esta sabiduría empírica, asociada a la cultura marina que, como en Huanchaco, se desarrolló en gran parte del litoral, corre el peligro de extinguirse a causa del cada vez más escaso interés que existe hacia esta actividad. Sólo uno de los seis hijos de Mercedes Ucañan apoya a su padre en las faenas de pesca, "los otros han emigrado a Lima, porque acá la vida cada vez es más dificil", afirma el pescador en tono resignado.

El desaliento tiene que ver con la escasez de los recursos marinos. Una escasez originada por la presencia de barcos arrastreros, a los que los pescadores culpan de depredar el mar.

Pero otra de las causas de esta crisis es la dificultad para obtener la totora, la modernización y acelerada urbanización de Huanchaco ha producido el desecamiento de sus lagunas, debido al excesivo bombeo de las aguas del subsuelo.

El antropólogo Bernardo Alva sostiene que se repite el mismo fenómeno que aconteció en los años 40 en ChanChan, cuando los pescadores nativos se vieron obligados a transplantar las raíces y tallos de sus estanques, porque la presencia de la agricultura migratoria en sus inmediaciones terminó por secar por completo los suelos.

En el terreno árido de la ciudadela, el único vestigio que actualmente observa el visitante son unas pequeñas matas desperdigadas, pálida sombra de los que antes fueron extensos y florecientes totorales.

En Huanchaco los pescadores se han visto obligados a organizarse comunalmente para aprovechar las 40 pozas o balsares, de donde se proveen de la materia prima para elaborar sus caballitos de totora. Los totorales constituyen un microsistema ecológico en el que habitan diversas especies de peces de agua dulce, insectos y una curiosa avecilla que se alimenta exclusivamente de el gusano que parasita la totora,favoreciendo su crecimiento.

Pero, durante los últimos tres años, por lo menos una docena de totorales han sido quemados y sepultadas sus pozas con desmonte en un fallido intento de urbanizar toda el área.

Si este incontenible avance del concreto continúa, en pocos años, lo único que quedará de los herederos de la cultura Chimú será el mudo recuerdo plasmado en los frisos de aves y peces en bajo relieve de la ciudadela de Chan Chan.

Los Ucañan, Huamanchumo, Chinchihuaman, Chumbe, y otros, que conforman las 160 familias nativas que viven en Huanchaco habrán perdido la batalla, y con ellos el Perú un trozo vivo de su historia.

"Será porque no enos tenido la justicia de a quien de derecho le pertenece", sentencia con remota amargura, Mercedes Ucañan, en la milenaria lengua de sus ancestros.

El 23 de enero de 1992 la asamblea regional de la Región La Libertad dictó una resolución Legislativa que declara Reserva Protegida, a las 46.72 hectáreas de totorales ubicados en la caleta de Huanchaco. Se dispone su uso exclusivo para el cultivo, crecimiento y secado, y aprovechamiento racional de la totora, asi como para las investigaciones científicas.

Pero la ley no ha sido suficiente para detener el avance del cemento y las autoridades encargadas de su cumplimiento no parecen preocuparse por tan indignante depredación. La destrucción de los totorales de Huanchaco no solamente constituiría un auténtico crimen ecológico sino que significaría aniquilar la esencia de una de las más hermosas tradiciones de nuestros pueblos.?endarticle.gif (44 bytes)

Por Monica Vecco
Año I/Número 2 , Página 56
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