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Ashaninka: Bienvenida la Esperanza


Foto:Alejandro Balaguer

 

 

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Foto:Alejandro Balaguer

 

 


Foto:Alejandro Balaguer

Durante más de una década, en un remoto paraje de la selva, en un mundo absolutamente desconocido al que algunos libros se referían como el Valle del Ene, estallaron los primeros fragores de una inmisericorde guerra que parecía no tener fin: era la guerra entre las sanguinarias huestes del movimiento criminal Sendero Luminoso y las Fuerzas Armadas del Perú.

Era 1987 y los senderistas habían iniciado otra de sus cobardes tácticas: reclutar por la fuerza a jóvenes guerreros Asháninka para adoctrinarlos y entrenarlos a fin de que pasaran a formar parte de aquella banda de asesinos. Los nativos fueron literalmente secuestrados, arrancados del seno de sus comunidades. Sus familias fueron destruídas bajo amenaza de muerte si alguien se negaba a formar parte de las filas del terror.

Los ochentas fueron años de horror y muerte para los Asháninka y las fuerzas armadas recién lograron hacer retroceder a Sendero a inicios de la presente década. Pero fue allí que comenzó un nuevo y no menos dramático trance: la tarea de rescatar a los nativos, de devolverlos a su tribu, de curar las heridas dejadas por la violencia, la desnutrición, las enfermedades y, sobre todo, el miedo.

Pero, poco a poco, fueron descendiendo de las verdes montañas que circundan el valle y dejando atrás muchos años de interminable peregrinar por la impenetrable selva, sobreviviendo de milagro, sin tener nunca la certeza de poder ver la luz de la mañana siguiente. Cada una de estas comunidades tiene una historia diferente y desgarradora.

pero quizás la más aleccionadora sea la de la Misión del Cutivireni que logró salvarse gracias al admirable trabajo del sacerdote norteamericano Mariano Gagnon (ver nota aparte) quien lideró a los Asháninkas en su lucha contra las múltiples amenazas del mundo contemporáneo.

Y aunque todavía existen esporádicos brotes de violencia en la región, hoy el sol brilla con más fuerza en el Valle del Ene a medida que la paz va sentando sus reales. Las familias se han vuelto a unir, los campos han vuelto a ser sembrados de yuca y el masato a vuelto a alegrar las celebraciones tradicionales de la tribu. Los niños se han vuelto a volcar a las orillas de los ríos en busca de las suculentas carachamas, mientras que, arco y flechas de por medio, los cazadores han salido otra vez en pos de la deliciosa carne del sajino y la sachavaca.

Cuando cae la tarde, comunidades como la de Cutivireni, Kempiri o Kamantabishi cobran vida de un modo asombroso. Los fogones chisporrotean mientras las mujeres, en sus clásicas "cushmas" cocinan aromosos asados e infaltables yucas mientras preparan, diligentes, los colorantes naturales que les serviran para fabricar el maquillaje con el que embellecerán sus rostros o los camuflarán para el combate.

La solidaridad es, para ellos, una cualidad natural, pues Asháninka significa "hermano de todos" y es tal el espíritu que anima la vida en comunidad de esta asombrosa tribu, sin duda, uno de los grupos étnicos más numerosos e importantes de la selva amazónica.

Tasorentsi, el creador, les ha permitido resistir frente al embate de la modernidad y regresar a sus tierras vistiendo sus ancestrales túnicas, alejados de la destrucción que parece gobernar el mundo occidental. También conocidos como "Campas", los Asháninkas pertenecen a una familia linguística pre-andina denominada Arahuac y que agrupa a alrededor de 228 comunidades que se extienden a todo lo largo de los valles amazónicos de Apurímac, el Ene, el Perené, el Tambo y el Urubamba. El 83% de los nativos asháninkas desconoce el idioma español.

De hecho, esta inmensa nación está formada por siete diferentes grupos que viven dispersos en la inmensidad de la selva central pero que, no obstante, son capaces de entenderse entre ellos y también con sus congéneres de la tribu de los Machiguenga. Esta gran familia está compuesta, pues, por los Asháninka, los Asheninga del Alto Perené, los Atsiri de la zona del Pichis, los Caquinteo del Puyenisati y los Nomatsiguenga del Gran Pajonal.

Una de las razones que posibilitaron la resistencia de los Ashaninkas fue el hecho de que han sido siempre una estirpe guerrera y sus armas -arcos, flechas y lanzas confeccionadas por ellos mismos- son manejadas con extrema destreza que, increíblemente, fue trasladada a las armas de fuego cuando el ejército los dotó de fusiles con los cuales se enfrentaron al terrorismo y al narcotráfico que asoló sus tierras en los ochentas. Por cierto, no siempre las armas se usaron con fines bélicos, su principal finalidad ha sido la cacería que es, sin duda, su principal fuente de alimentación, aunque también se dedican a la agricultura, pues cultivan con gran éxito la yuca, el cacao, el maíz, el plátano, el arroz, el café y la caña de azúcar.

Como una manera de empezar a adaptarse a eso que se llama el mundo moderno, los nativos han comenzado a criar pollos y otros animales domésticos como un modo alternativo de abastecerse de alimentación. Sin embargo, no todo es calma y placidez al interior de la tribu pues subsiste la amenaza mayor que, desgraciadamente, está haciéndose realidad: el tremendo riesgo de contaminación ocasionado por las actividades exploratorias de las compañías petroleras Chevron y Elf que están comenzando a operar sus maquinarias en territorio Asháninka y que podrían terminar por destruirlo irremediablemente.?endofarticle.gif (44 bytes)

Año I/Número 2 , Página 32
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