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San Blas: el encanto de la tradición

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Otrora capital del Tawantinsuyo, Cusco muestra hoy un rostro urbano y rural, donde la modernidad convive con la tradición. Ejemplo de ello es el colorido barrio de San Blas, cuna de artesanos y de antiguos secretos.

El Cusco incaico era una ciudad sagrada, de templos y palacios, que imitaba la forma de un puma yacente. La cabeza del felino era la fortaleza de Sacsayhuamán, y el cuerpo, la ciudad que se extendía entre dos ríos –Saphy y Tullumayo- que discurren canalizados bajo las calles del mismo nombre. La ciudad sagrada estaba rodeada de terrazas de cultivo que se extendían más allá de los dos ríos que la delimitaban. Delicadamente tratadas, estas áreas de cultivo hacían las veces de un sector de aislamiento del núcleo sagrado. Los barrios donde residían los sectores populares estaban diseminados justamente alrededor de este cinturón de aislamiento y, según la mayoría de cronistas, eran 12. Tococachi (hueco o cueva de sal), el actual San Blas, era uno de tales barrios.

Orgulloso de su estirpe incaica, San Blas exhibe hasta el presente restos de andenes trabajados con enormes bloques de piedra, visibles sobre todo en la calle Tandapata, la más larga de todo el barrio. Estos muros recuerdan que en el antiguo Tococachi fueron encontradas las momias de tres emperadores del Tawantinsuyo, entre ellas la del gran Pachacutec. 

Al poco tiempo de entrar en el Cusco los españoles procedieron al reparto de solares, apropiándose tanto del conjunto de la ciudad Puma como de las zonas de cultivo que se extendían más allá del río Saphy. De los primeros años de ocupación ibérica data también la construcción de las parroquias de indios en algunos de los barrios periféricos de la antigua capital incaica. La de San Blas fue creada al mismo tiempo que las de San Cristóbal y Santa Ana, entre 1559 y 1562. 

Este primer templo fue destruido por el terremoto que asoló la ciudad en 1650, pero los sucesivos párrocos de San Blas pusieron mucho empeño en su reconstrucción. Es más, hacia fines del mismo siglo, el obispo Manuel Mollinedo y Angulo, verdadero mecenas del Cusco colonial, ordenó tallar en madera de cedro aquel púlpito que los especialistas en arte consideran la obra más primorosa y acabada que produjeron los maestros tallistas del Perú virreinal.

Ya para entonces, San Blas se había convertido en uno de los barrios mestizos por excelencia del Cusco colonial, donde convivían cuatro ayllus o comunidades de indios con algunos centenares "de personas españolas de diferentes edades", como cuenta uno de los párrocos de la época. Seguramente de esta convivencia entre indios y españoles fue naciendo también esa arquitectura que hasta hoy caracteriza al barrio y que es una de las explicaciones de su encanto tan peculiar: discretas casas de adobe con una decoración muy artística que se percibe sobre todo en portadas, balcones, ventanas y balaustradas. Los pequeños patios rodeados de galerías completan el encanto de estas edificaciones populares que son una de las muestras más sobresalientes de la arquitectura tradicional cusqueña.

Otro regalo que el destino deparó al barrio de San Blas fue su ubicación. La caprichosa topografía del lugar que mantuvo este sector de la ciudad en aislamiento dio lugar a que las viviendas se acomodaran en estrechas calles y tortuosas cuestas. Ello explica el porqué no hay una calle que se parezca a otra, y todas encierran alguna agradable sorpresa para quien se aventura por ellas. En Siete Angelitos, por ejemplo, el observador meticuloso descubrirá, en las tejas de un alero, las imágenes de esos seres celestiales que dan nombre a la calle. En Siete Diablitos, en cambio, una pareja de enamorados se regocijará con la estrechez de la calle que invita a un momento íntimo.

Un motivo adicional de orgullo para los puka maqui (manos rojas), como se conoce popularmente a los sambleños por los guantes que viste la imagen de su patrón, son las costumbres y tradiciones del barrio. La fiesta parroquial, por ejemplo, se celebra el 2 de julio en recuerdo de la milagrosa aparición, en la iglesia de la parroquia, de Nuestra Señora del Rosario, cuya imagen, conocida ahora como Virgen del Buen Suceso, se conserva en uno de los altares laterales.

De estirpe colonial son también otras dos fiestas que fortalecen el sentimiento de identidad de los sambleños: la del patrón del barrio, que incluye un recorrido de la imagen de San Blas por las calles que marcan los límites de la parroquia, y la del Cruz Velakuy o velación de la cruz que se yergue delante de la iglesia.

No obstante el paso del tiempo y las influencias externas, no se ha perdido la costumbre de frecuentar las picanterías para, sobre todo a media tarde, dar cuenta de alguno de los platos típicos de la comida cusqueña acompañándolo de la deliciosa chicha. La calle Tandapata alberga el mayor número de picanterías, pero también se encuentran en Chihuanpata y Suytucato. 

Por si todo esto fuera poco, San Blas cobija a numerosos artesanos que le han dado renombre internacional al arte cusqueño. En la plaza del barrio o en sus alrededores se encuentran, por ejemplo, los talleres de los Mendívil, los Mérida, los Olave, los Rojas, famosos todos por su imaginería religiosa, ya sea vírgenes y arcángeles de cuellos largos, niños Manuelitos o cristos de factura expresionista. Si hay algo, pues, que no se puede dejar de hacer en el Cusco es visitar la iglesia de San Blas, recorrer las callejas del barrio y entrar a los talleres de los artesanos. 

Por Luis Nieto
Año /Revista 16 , Pagina 32
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