Moscú, plaza roja, casacas verdes y una lluvia otoñal. Así
de raro comenzaba nuestro retorno de Nepal, del Annapurna y de los
contemplativos ojos de Budha. Con una sensación de tregua, de ruptura, que al
final no lograría conciliar el hecho de haber estado tan lejos y tan cerca de
una aventura, en pleno fin de milenio.
Nuestro vuelo de enlace rumbo a Lima nos detuvo tres costosos
días en esa imponente ciudad, que aprovechamos en recorrer con un aire (y una
"pinta") distintos, aire de montaña y de nostalgia apurada. El tiempo
había sido objetivamente corto.
A través de las veredas del Kremlin y el extenso bosque
amarillo del parque Gorki, retorné al dolor de mi rodilla y, por él, a los
verdaderos días de octubre. A otro reino.
El Techo del Mundo
Al relatar esta travesía por Nepal y la cordillera del
Himalaya dejaré que falten palabras en un acto, a la vez, voluntario y obligado.
Trataré de no sobrepasar los bordes de mi propia narrativa y de lo que fue en
relidad un inolvidable viaje de equipo. Comenzaré, por tanto, en este difuso
cuento con lo que me queda más claro: gracias Renzo*, Pichón, Hugo y Aldo…¡acabemos
de una vez con esta farsa!
Ni siquiera hoy sé bien qué día comienza nuestra travesía
por el Himalaya, por El Techo del Mundo. Pero tengo conciencia de que esta
experiencia iniciática nos haría comprender mejor que hay un techo en cada
mundo, y eso es difícil de abordar, sobre todo ahora que pensamos seriamente en
el retorno.
De todos modos, la puerta a nuestro
destino se abría en el aeropuerto Thribuvan, en Katmandú, capital del reino de
Nepal ( una palabra más y parece una leyenda). L, donde llegábamos con la idea
de hacer la primera aproximación por los territorios de montaña himaláyicos,
y con la emoción de habernos quitado el estigma del inalcanzable continente
asiático.
Katmandú parecería la perfecta obra viva de Shiva, el
dios hindú de la creación y de la destrucción. E, en
esta ciudad se nace y se muere cada día con una vitalidad
espiritual que contiene, en un mismo mosaico, tanto la mágica riqueza cultural
y natural, como las condiciones de pobreza más agudas del planeta.
Era geográficamente inevitable que Nepal se convirtiera en
un importante centro de intercambio entre China, Tíbet y la India. Este reino
fue recién abierto al mundo en el año 1951 por el rey Tribhuvan de la
dinastía Rana, cuyo nieto, el rey Birendra, gobierna hoy.
Nos encontrábamos en su centro, Khatmandú. Pero para
nuestra exploración habíamos escogido algo aún más interior, el corazón, el
macizo del Annapurna (8,091 metros sobre el nivel del mar).
La cantidad y variedad de aventureros a lo largo del
camino es impresionante. Sin embargo, las características del recorrido por las
distancias y la disposición de los albergues en la ruta permite que cada quien
diseñe su estrategia y encuentre sus ritmos. Al final uno termina jugando con
el destino, burlando a la casualidad, y encontrando extraordinarios e
inolvidables compañeros de aventura.
El lenguaje es de piratas. Se entiende a
través de la complicidad de quienes viajan de verdad, una sonrisa o una señal
de aliento pueden abrir y cerrar diálogos intensos, completos. Muchos dominados
por esa rara certeza de no volverse a ver. Así, no vale guardarse nada para el
día siguiente.
De los registros del control de Bhul Bhule, nos quedamos con
el curioso dato estadístico de ser el primer grupo de peruanos que hacía la
ruta, y del camino, con la alegría de la gente a nuestro paso.
La empatía de los "cinco cholos en el Himalaya"
dejó una imagen imborrable, amén de las cinco cervezas de rigor en casi cada
refugio. La buena e inagotable energía, tanto hacia dentro del grupo, como
hacia el rededor, marcaron nuestra relación con la gente. Y nos dejaron una
sensación de haber estado disfrutando en nuestro medio.
Es difícil para los ojos y para el cuerpo llegar a esta
región y percibir completamente el exilio. Bajo la mirada atenta a mis pies de
barro, sólo entra al viento en mis pensamientos y puedo sentirme caminando en
el mundo. Realmente pude estar en cualquier camino inca esperando una recua
de llamas que me obligue pisar el borde del sendero.
El Estado y el turismo en Nepal
Detrás de la precaria infraestructura de las oficinas, se
administran los permisos y los registros de los aproximadamente 250 mil turistas
que llegan a Nepal cada año, en busca del místico encuentro entre culturas,
deidades y escenarios naturales
En los últimos 25 años Nepal es el centro mundial del
turismo de aventura. Esta explosión a puesto en jaque las perspectivas del
reino con respecto a sus recursos, los que están compuestos básicamente por
frágiles ecosistemas de montaña, poblados y trabajados por castas rurales que
intentan un difícil equilibrio productivo y social.
El reto es poder manejar, de una forma racional, una
actividad turística que se ha convertido en la alternativa más eficaz de
diversificar la oferta productiva y el ingreso de un país con muchas
limitaciones.
El ingreso per capita de Nepal es de 150 a 200
dólares al año en promedio. Un porteador de media montaña puede ganar 10
dólares por día y un sherpa de alta montaña puede ganar en una
expedición 1,500 dólares (o puede morir en el intento).
Cerca de 10 mil mochileros en busca de aventura caminan por
el circuito y el Santuario del Annapurna cada año. Una relación de uno a cinco
con respecto a la población local, proporción que trae un innegable beneficio
en tiempo real, pero que pone en jaque el equilibrio ambiental y sociocultural
de esta zona en un plazo más largo.
Mirada en el otro
–– Where are you from mister?…italy,…spain,…
–– No. Perú , do you know Perú?
–– Aaahh…Péruuu…Gonzálo, President Gonzalo,
Ssenderuu
–– No. Fujimori, President Fujimori
–– Aaahh…Japan Embassy…
Diálogo habitual con pobladores nepalíes, desde porteadores
hasta oficiales públicos, quienes tienen esas dos imágenes de nuestro país.
La primera, fruto de la influencia maoísta que comparte un grupo rebelde local
con Sendero Luminoso. La segunda, fruto de la televisión por cable. Ambas
distorsiones de la globalización.
Es una oportunidad que invita a preguntarnos por nuestras
cordilleras, por nuestros ecosistemas, por nuestra gente, por la oferta
turística y por la imagen de un Perú sorprendentemente familiar al espacio, en
que las aventuras de este relato quedan atrapadas.
Es una mirada en el otro, en lo otro. Es por
eso que es un viaje, es por eso que el tiempo se torna circular como burbujas (una
dentro de otras, ascendiendo), es por eso que repito una y otra vez la misma
canción en el disco, ubicua sensación de estar en todo los momentos y lugares
a la vez.
Viajar amplía el espejo de la vida a través del cual nos
vemos, nos conocemos y reconocemos en el otro, en lo otro. Esta
travesía estuvo cargada de esos elementos y de esos encuentros. Y eso nos
desnuda individualmente, pero también –y sobre todo– colectivamente, en
términos de país, región, tercer mundo.
Quizá sea la tara del geógrafo o la suerte del que se
acerca a la montaña o al mar. Vuelvo a la incógnita, al nudo infinito que se
burla del tiempo. Y quedo mirando en la pantalla las palabras que dejé en
Nepal.
Los invitamos a través de Rumbos a que nos acompañen y a
que vivan sus pequeños himalayas en este largo camino que emprendemos al
techo del mundo.
* "Renzo
era un aventurero de corazón, un tipo sencillo de gran sentido del humor,
recorrió los rincones más remotos de esta hermosa tierra, cámara al hombro
dejándonos un legado de extraordinarias imágenes. Admiraba su
trabajo... Renzo, descansa en paz. "
En el Recuerdo por Beto Santillan.