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Rumbos Desconocidos - Churup: Joya paisajística

Gorro: Las caminatas en el Perú en general y en la Cordillera Blanca en particular son famosas mundialmente por su espectacular belleza. Dentro de este alto estándar, la laguna y el nevado Churup resaltan de forma muy especial por la perfecta combinación de elementos y colores.

© Mylene D'Auriol

Atardecer junto a uno de los nevados que se aprecian al descender de la laguna Churup. © Mylene D'Auriol

 Pequeño pastorcito en el camino. © Mylene D'Auriol

Coronando la parte final de la caminata, es posible apreciar una vista completa del nevado Churup. © Mylene D'Auriol

La absoluta transparencia del agua y sus indescriptibles matices marcan la singular personalidad de la laguna. © Mylene D'Auriol

Mujeres con ganado entre Llupa y Pitec. © Mylene D'Auriol

© Mylene D'Auriol

A unas seis cuadras de la Plaza de Armas de Huaraz, tomamos una destartalada camioneta acondicionada con pequeñas bancas de madera a los costados. La carga se acomoda, primero sobre el techo de la cabina, luego al medio de la tolva, entre los pasajeros.

Una vez que a mi criterio no cabe nadie, remontamos con incredulidad cuestas empinadas y recogemos más pasajeros (humanos y animales vivos). Durante el recorrido pensaba que si los ingenieros japoneses que diseñaron esa camioneta vieran lo que hace, sus modelos de fatiga de materiales y diseño de estructuras sufrirían un colapso.

El camino

El camino lejos de ser incómodo fue muy grato –folklórico es la palabra precisa–. Si un viaje en convertible frente al mar resulta agradable, este recorrido parado en la tolva, en pleno corazón de la cordillera es realmente hermoso.

Dejando atrás impresionantes vistas de los nevados Vallunaraju y Ocshapalca, pude contemplar la complejidad, acabado y belleza de la vestimenta tradicional que aún utilizan las mujeres del Callejón de Huaylas. Asimismo, la pureza étnica genera un tipo que resulta atractivo, aunque diferente de los estereotipos occidentales. (Ahora entiendo mejor a Malinowski, cuando decía a los antropólogos que no deben permanecer mucho tiempo en las comunidades).

Cuando apenas se está disfrutando del camino, se llega a Llupa. Luego de ajustar la mochila y cruzar amables palabras y saludos con los comuneros, se inicia la caminata por una pendiente muy suave, con unos tres tramos cortos de pendiente ligera (esto es plano en la percepción del los campesinos). En una hora a ritmo promedio se llega a Pitec. Allí el camino desciende para tomar rumbo a tres hermosas quebradas: Quilcayhuanca, Shallap y Rajucolta. Sin descender, a la izquierda, por la primera arista seguirá nuestro viaje. Aparte de algunas casas dispersas hay un refugio de una señora muy amable que habla perfecto inglés, español y quechua.

El ascenso se inicia con una pendiente un poco empinada. Se llega a una travesía "plana" hasta una roca gigante, en la cual hay que realizar una escalada simple, para iniciar el segundo ascenso, más empinado que el primero. Luego se llega a una pequeña pampa con pasto, un río de aguas transparentes y un bosque ralo. Allí comienza la parte final y la más interesante del camino.

Mirando el río que baja por una catarata, uno debe desviarse ligeramente a la izquierda, para ascender por un tramo muy empinado, que cuenta con pasos en donde hay que realizar movimientos de escalada en roca. Nada tan complejo como para que se requiera técnica mayor a la que da el sentido común ni entrenamiento mayor a la fuerza que da la adrenalina en los sustos previos. Si lleva equipo de acampar la cosa se vuelve más complicada.

El camino no es muy obvio porque hay varias alternativas, algunas más difíciles que otras y todas marcadas por huellas. He visto fotos de grupos que van encordados, tema prudente si no se tiene algo de práctica.

Ya arriba esto será parte de las satisfacciones del llegar. Luego de unos cuatro pasos complicados se alcanza la parte más alta, y de pronto uno se encuentra con la impresionante laguna y el nevado que comparten el mismo nombre.

Lugar magnético

La entrada se inicia con un bloque gigante de granito, por la que discurre el agua que inicia el recorrido del río que veíamos más abajo. La absoluta transparencia del agua, sus indescriptibles matices y los reflejos de espejo –cuando el viento está calmo– resultan realmente espectaculares.

Tras el primer shock, uno puede avanzar por el bloque de roca y obtener una visión panorámica. La laguna está enclavada en una suerte de hueco con paredes gigantescas de granito, que la protegen del viento, otorgándole un ambiente muy íntimo y silencioso. En las partes menos verticales crecen densos bosques de quinuales y se puede hallar algunas playas.

Continuando por la margen derecha encontramos una pequeña ensenada que es todo un cuadro: pequeños quinuales que semejan perfectos bonsais; el brillo del granito (acero de día, plata en noche de luna), se sumerge en la laguna, formando matices y formas surrealistas; y el ichu, cuyo cálido color dorado contrasta con la frialdad de la roca y el agua.

En esta ensenada se encuentra un pequeño lugar para acampar, donde cabe una carpa pequeña. Es el paraje más hermoso en donde haya puesto mi carpa.

Cuando uno piensa que no puede esperar más del paisaje, al caer el sol, sale de pronto una enorme luna llena que crea un espectáculo aparte. La noche calma, bajo un silencio sobrecogedor, refleja sus sugerentes perfiles en las diáfanas aguas. El frío arrecia, pero conforme la luna asciende, el espectáculo mejora y las sombras muestran distintos movimientos de una sonata de Beethoven. Ya flirteando con la hipotermia, entré a la carpa sin dejar de percibir el intenso magnetismo del lugar. (Ya sé cual es el lugar ideal para acampar con la enamorada).

Espectáculo de color

Luego del desayuno de rigor, continué por la margen derecha bordeando la laguna. El espectáculo de color se repetía por doquier. La ruta cruza un pequeño bosque de queñuales y asciende directamente en dirección al nevado para alcanzar, en una hora, la segunda laguna (más pequeña, y de un color esmeralda más homogéneo y de aguas menos transparentes).

Desde allí se puede ver las rutas a la cima con todo detalle, su gran dificultad técnica y por qué ningún guía te quiere llevar allí. 

Desde la base del glacial se puede ver Huaraz. Era momento de "aterrizar" y tomar camino de regreso a Pitec, Llupa y Huaráz. Allí previa cena, la visita obligada a Tambo.

Si gusta de la naturaleza y tiene la fuerza de voluntad (más que física) como para afrontar la subida, no deje de visitar el lugar. Ninguna foto ni relato podrá acercarse a la experiencia de llegar a la laguna, contemplar sus matices y pasar una noche de luna. Las líneas anteriores no pretenden mostrarle esa belleza, sólo sugerirle la experiencia.

Por Jorge Yamamoto
Año /Revista 15 , Pagina 62
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