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Cajamarca: Al Alcance de los Sentidos

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En Cajamarca, el espectáculo de la naturaleza se ofrece sin distancias a aquellos que buscan disfrutar de los encantos de su buena tierra.

Cuando en 1532 llegaron a Cajamarca los 160 soldados españoles, con Francisco Pizarro a la cabeza, el agotamiento y la codicia les permitieron apoderarse sólo de aquello que la historia les concedió: un cuarto de oro y dos de plata, que nunca se llenaron verdaderamente, pues cometieron el error de ejecutar al Inca Atahualpa, el último soberano del Tawantinsuyo, antes de colmarlos con los metales preciosos hasta donde el inca habría indicado con su brazo levantado a cambio de su liberación. Sin embargo, los verdaderos tesoros de esta tierra siguen allí, ocultos en la memoria de la tierra, unos, y al alcance de los sentidos, los más.

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Mis recuerdos visten de verde a Cajamarca ­este hermoso valle norandino parece conservar la humedad de cuando fue una gran laguna­ y poco a poco veo aparecer las laderas y la campiña mostrando su paleta de colores salpicada de amarillas flores de retama. Juguetonas nubes desnudan el límpido cielo azul y el sol vuelve a brillar tan radiante como en los tiempos en que fue adorado.

Tampoco puedo olvidar que durante los primeros meses del año el cielo permanece encapotado, y que Catequil, el dios del rayo, truena en las alturas y bautiza con su lluvia a los pobladores, los sembríos y al ganado.

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Sucede que en Cajamarca el espectáculo de la naturaleza se ofrece sin distancias a aquellos que buscan disfrutar de los encantos de su buena tierra.

Cada año, aprovisionado de refrescos, sánduches, cancha y fruta ­y la compañía de los amigos­, emprendo un simbólico peregrinaje por dos de las montañas sagradas o apus, donde el viento hincha sus pulmones y diversas formas de vida animal y vegetal enseñan al hombre que se encuentra ante verdaderos santuarios que lo integran con la vida natural. Allí está el Cumbemayo ("río de los cumbes", míticos pobladores del valle), a 3,600 m.s.n.m., viéndonos llegar cansados, pero presto a revitalizarnos con la sola visión del maravilloso bosque de piedras conocido como Frailones, por las colosales formas de frailes que han adquirido las rocas con el paso de los siglos.

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En Cumbemayo se muestra el ya famoso acueducto labrado íntegramente en piedra, testimonio de una avanzada civilización preincaica cuyos conocimientos matemáticos e hidráulicos no cesan de asombrar a los visitantes. En el complejo arqueológico aún se conserva una serie de altares ceremoniales y petroglifos indescifrables. El ascenso a pie no es complicado, aunque los turistas optan por subirse al auto; el retorno es más fácil. Recuerdo que cuando niños bajábamos del Cumbe corriendo como potros desbocados para evitar la lluvia, el anochecer o convertirnos en piedra. Ahora volvemos la vista atrás y el atardecer nos convierte en multicolores estelas del ocaso.

Al otro lado del valle, por sobre las puntas del Callacpuma o Pumaorco ("cerro del puma"), surge la luna trasnochada, pálida e inmensa, arrastrando su velo de estrellas y constelaciones, para iluminar las pinturas rupestres que ahí se encuentran. El cerro está ubicado en el camino del balneario de Baños del Inca ­cuyas aguas termomedicinales son las más famosas del Perú­ al pintoresco poblado de Llacanora ­también conocido por sus caídas de agua­.

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Al sur, rumbo a los pueblos de Namora, Matara o Jesús, el paisaje varía alegremente de acuerdo con las estaciones y los tipos de sembríos. Así, los campos de cultivo se extienden como un inmensurable cuadro expresionista pintado por miles de campesinos y yuntas de bueyes que remueven los colores de la tierra: rojos, marrones y negros. Molles, sauces llorones y pencas se suceden interminables por los caminos.

Durante las fiestas patronales, una nube de sombreros invade las calles. Allí se dan cita los artistas y artesanos con sus cuentos, comidas, música y típicos trabajos en paja, lana, cuero, arcilla y piedra, para discutir sus asuntos a la sombra de las casas de tapial y ofrecer sus obras, herederas de ancestrales culturas andinas.

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Cajamarca invita a la contemplación y al sosiego. Es un mar de tranquilidad y reposo, un pueblo que se levanta con la fuerza de su trabajo y el bullir de la naturaleza.

Por Daniel Saénz
Año III/Revista 13 , Pagina 64
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