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Ayacucho en el Corazón

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Desde la fria puna hasta la calurosa yunga, el departamento de Ayacucho es, a la vez, un recuerdo doloroso en nuestro pasado cercano, pero también una cálida referencia por su gente.

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Gracias a sus habitantes, como a su patrimonio, sus costumbres y su importancia en la historia del país, Ayacucho cicatriza sus heridas recientes, pues mira hacia el futuro con esperanza. De este espacio de difícil geografía ­limitado por tres ríos: Mantaro, Pampas y Apurímac­, y sobre todo de la ciudad de Ayacucho (cuya historia resume acontecimientos importantes del pasado nacional), esbozaremos en estas páginas un rápido panorama histórico.

La formación prehispánica

La presencia de los primeros ocupantes de Ayacucho se atestigua desde hace más de 15 mil años, cuando bandas de cazadores­recolectores, habitantes de cuevas, disponían de una megafauna para su sustento, en un medio ambiente totalmente diferente al actual.

Entre el 10000 y el 7000 a.C. el paisaje sufre un cambio radical: varían las condiciones de vida de tal manera que buena parte de la fauna desaparece para siempre y el clima se convierte en el que conocemos hoy.

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Los cambios conducen a adaptaciones de las sociedades. Por eso, hacia el 6000 a.C., los experimentos iniciales de agricultura y domesticación de camélidos comienzan a definirse, como en todos los Andes centrales. De habitar en cuevas, en ramadas o al aire libre, los grupos nómades se convierten en sedentarios, concentrándose en aldeas con manejo de cultivos de quinua, calabaza, papa, olluco, mashua, oca, pallares, etcétera.

Desde aproximadamente el 2000 a.C. la actividad agropecuaria está consolidada en los Andes, en lo que se conoce como el período Formativo. En Ayacucho, los sitios de Wichqana, Chupas y Rancha, entre otros, pertenecen a esta fase donde templos y aldeas se complementan.

Los primeros siglos de nuestra era (I­VI) corresponden, en la región, al desarrollo de la cultura conocida como Huarpa, nombre del río Cachi en su recorrido por la provincia de Huanta, hasta su desembocadura en la margen derecha del río Mantaro.

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La ciudad es definitivamente el eje de organización en el período Wari, con un modelo urbanístico característico, tal como apreciamos actualmente en Pikillaqta (en el Cusco), Wiraqochapampa (en La Libertad) o Cajamarquilla (en Lima).

Las evidencias arqueológicas rescatan de esta época instituciones que serán centrales en el funcionamiento del Estado Inca, más de cuatro siglos después. Entre otras: la red de caminos con almacenes estatales, las colonias de ocupación de espacios lejanos a la metrópoli, las instalaciones fortificadas en territorio conquistado y el desplazamiento de grupos poblacionales.

En la región de Ayacucho, el núcleo de poder inca fue el centro administrativo de Vilcashuamán, que aún exhibe sus restos imponentes, característicos de un centro administrativo inca: el ushnu ­representación simbólica de la jerarquía de gobierno­, el templo del Sol, los almacenes estatales.

Esta área nuclear donde se asienta la ciudad de Vilcashuamán, rodeada de grupos mitimaes, aparece al momento de la invasión española ceñida de etnias más o menos grandes y caracterizadas por su dispersión política.

Mientras que las actuales provincias de Huamanga, Cangallo, Vilcashuamán, Huancasancos, Huanta y La Mar (la parte norteña del departamento de Ayacucho) tuvieron importantes ocupaciones de mitimaes, la región sureña mantuvo prácticamente su unidad étnica.

La historia colonial

Entre Lima, la flamante capital fundada por Pizarro, y el Cusco, el centro conquistado, la administración colonial necesitaba un foco de control, pues dos cosas preocupaban a Francisco Pizarro: la lejanía entre las dos ciudades capitales, y el peligro de la resistencia que Manco Inca sostenía desde la zona de Vilcabamba, en la selva de los ríos Apurímac y Urubamba.

Estas fueron las razones que sustentaron la fundación de San Juan de la Frontera de Huamanga, el 29 de enero de 1539, a siete años de la entrada de huestes españolas al territorio del Tawantinsuyo.

La fundación de San Juan de la Frontera descarta la reutilización del centro inca de Vilcashuamán y traslada el centro del poder regional hacia el norte y a cotas altitudinales más bajas. La fundación primigenia de Huamanga se hizo en las faldas de la cordillera que conduce a la yunga del río Apurímac.

El reparto de encomiendas es indesligable de la fundación de ciudades en la sociedad colonial temprana. La ciudad de Huamanga se organizó a partir del característico ordenamiento en damero de los solares repartidos, por importancia de tamaño y jerarquía, a instituciones y vecinos, partiendo de la Plaza Mayor, donde el cabildo y la catedral simbolizan la cúspide del nuevo orden local.

Cuando los españoles llegaron a estos rincones de los Andes, no pudieron entender cabalmente la confusión de etnias originarias y mitimaes, base fundamental para ordenar la tributación y los repartos de encomiendas vinculados a ella.

Salvo los repartimientos de indios otorgados por el gobernador Pizarro y sucesivos virreyes, el cabildo se maneja con autonomía para otorgar ejidos, estancias, solares, huertas y mitayos hasta que se acaben las posibilidades.

A casi un siglo de su instalación, las encomiendas cedieron en importancia a las haciendas: se repartieron las mejores tierras de los valles e importantes porciones del territorio de pastos. La ciudad de Huamanga estaba rodeada de comunes de indios que garantizaban el trabajo requerido para mantener el aseo de la ciudad y emprender algunas construcciones.

La región de Huamanga vivió, desde fines del siglo XVIII hasta la primera década del XIX, el impacto del auge minero de Cerro de Pasco, enganchándose a esta prosperidad a través de la producción y exportación de productos requeridos en los centros mineros, sobre todo coca y cientos de miles de varas de tocuyo y bayeta tejidos. Se suma a esta producción la especialización en cueros, pellejos, cordobanes, badanas y otros derivados de la curtiembre. El colapso minero de Cerro de Pasco repercutirá directamente en la economía huamanguina.

Posteriormente, la guerra con Francia frena el ímpetu a los éxitos de las reformas borbónicas, aunque será también el origen de la consecuente convocatoria de cortes en Cádiz, que otorgan impulso a un contexto de liberalización. Fueron esas ideas liberales las que originaron en 1814 la revuelta de Hurtado de Mendoza, sublevación que, proveniente del sur del virreinato, consiguió ocupar Huamanga, pero fue derrotada definitivamente en Huanta.

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La historia republicana

Por la antigua vía de los arrieros que transportaban algodón, ají y aguardiente, de Pisco hacia Huamanga, caminaron las tropas de Arenales que en 1820 transitan hasta Huamanga luego del desembarco de San Martín en la bahía de Paracas. Este acontecimiento será recordado en el nombre actual de esa vía, la Ruta de los Libertadores, que une Pisco con Ayacucho.

Muy cerca del lugar donde se realizó la fundación primigenia de la ciudad, en la pampa de Ayacucho, junto al pueblo de Quinua, el ejército patriota canceló, el 9 de diciembre de 1824, el orden colonial en América del Sur. Bolívar decretó, para memoria de la batalla, el cambio de nombre de la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga por el de Ayacucho

Pero las guerras de independencia (y sus inevitables exacciones) limitan aún más la vida económica de la ciudad y de la región.

Huamanga quedará convertida, a lo largo del siglo XIX, en un burgo reducido, casi sin movimiento económico significativo. Cuando en octubre de 1883 la expedición chilena de Urriola se instaló en la ciudad, poco fue lo que pudo saquear. Sin embargo, la ciudad fue escenario de acontecimientos políticos importantes, como la instalación de la Asamblea Constituyente en la iglesia de San Agustín, en 1881.

Fue durante el oncenio leguiísta que la ciudad de Huamanga recién modificó su diseño urbano de manera importante por primera vez en su historia, a partir de las obras de ampliación financiadas por el gobierno central y realizadas alrededor de un aniversario nacional emblemático: el centenario de la independencia de 1924.

A pesar de la "modernización" urbana, la ciudad refleja las consecuencias de la desarticulación creciente del espacio regional y su dependencia, cada vez mayor de otros centros más dinámicos, principalmente de Huancayo. Es así que las provincias de Lucanas y Parinacochas se articulan crecientemente a otros ejes económicos, y la producción del Mantaro desplaza la de algunos gremios huamanguinos: sombreros, mantas y tejidos. Huamanga deviene, a lo largo de la primera mitad del presente siglo, en una suerte de isla económica dependiente.

El sesquicentenario de la batalla de la pampa de Ayacucho, en Quinua, mejorará parcialmente los servicios en 1974, pero los cambios notorios se sucederán a partir de esa década en la cual se experimenta un crecimiento desmesurado. Aparecen nuevos asentamientos periféricos y nuevas urbanizaciones, a los cuales se traslada paulatinamente la población campesina.

La siguiente década la hemos vivido todos. Ha sido la década del terror y de la muerte en el campo, que obligó a la migración compulsiva de la población campesina, y elevó la población de la ciudad de 70,000 habitantes, en 1981, hasta los 120,000 habitantes con que cuenta hoy (muchos más que la disponibilidad mínima de empleo y servicios).

Pero si bien la ciudad de Huamanga ha crecido exorbitantemente, el departamento de Ayacucho es el único del país que tiene hoy menos habitantes que el censo pasado (503 mil en1981, 492 mil en 1993), pues la violencia acentuó la emigración de ayacuchanos de todas las provincias hacia la capital del departamento, hacia Lima, Huancayo o Ica. Es decir, el campo se despobló; las ciudades crecieron.

Al fin parece haber llegado la etapa de la paz para Ayacucho. Los jóvenes y niños son amplia mayoría demográfica. Para ellos, Huamanga, una ciudad con marcada personalidad, debe construir el futuro siendo fiel a su pasado.

Por Jaime Urrutia Ceruti
Año III/Revista 13 , Pagina 42
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