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Lago Titicaca:: Visión de Dioses


Foto: Roberto Fantozzi.

 

 


Foto: Roberto Fantozzi.

 

 

 

 


Foto: Roberto Fantozzi.

 

 


Foto: Roberto Fantozzi.

 

 


Foto: Roberto Fantozzi

Es el espejo de agua más elevado y extenso de América del Sur. El único navegable a semejante altura. Por la larga vida del Titicaca (Puma de Piedra) han pasado millones de años. En él se suman todas las edades que han moldeado y definido las obras y los hechos que los hombres emprendieron en el mediodía americano. En ese lapso que se remonta a cerca de 2 millones de años, su cuerpo de agua fue más grande y abarcó espacios hoy cubiertos por salares y territorios yermos.

El paisaje que protege al Titicaca y que se consubstancia con el lago, al que Arnold Toynbee calificó deslumbrado de "visión de dioses", es el espacio de la altura plana y de las grandes praderas donde la cultura del frío y de la papa reinan, y han producido, aún en nuestros días, un centro de influencia visible en todo el entorno sur del país.

Al Titicaca se le atribuye el origen de las civilizaciones andinas, porque desde el mito o la realidad, (la pareja Manco Cápac y Mama Ocllo emergiendo de las aguas) proyecta diferentes desarrollos históricos, que tuvieron en el incario su punto cimero. Los incas asimilaron los aportes agrícolas, ecológicos, de lucha contra el ambiente hostil y de construcciones líticas con técnicas e instrumentos producidos en el altiplano. De ahí proviene el mito.
La percepción que del Titicaca nace el mundo andino, surge de las culturas que se desarrollaron en el altiplano y de su contribución al crecimiento de otras civilizaciones. Probablemente de las aguas del Titicaca, no salió la pareja fundadora a que alude el mito, pero sí surgió un mundo cultural que creció y se extendió hacia más amplios ámbitos.
El Titicaca es fuente nutricia de sociedad y cultura y quienes lo visitan no pueden menos que sentir que están frente a un gigante sagrado, hecho de aguas profundas en la altura. Este mundo del mito y las áreas densamente pobladas y los paisajes de maravilla se encuentra aproximadamente a 1,300 kilómetros al sureste de Lima.

Las Islas
Como toda formación lacustre, grande y autónoma, posee casi medio centenar de islas y parajes soberbios en cuyas orillas como eternos vigías, se erigen magníficos templos construidos en la Colonia. En sus islas a las que se llega en cómodas lanchas a motor, viajando 3 ó 5 horas, según sea el caso, resalta que los lugareños utilicen, como en otros lugares del país, andenerías que ganan áreas de cultivo a las laderas empinadas. Esos lugares distantes y aparentemente inhóspitos son acogedores y tienen en Taquile, Amantaní, Suasi o Soto en el lado peruano, los parajes más bellos que conforman parte de circuitos turísticos conocidos o por integrarse al mundo de los viajes y tours organizados. Para el Titicaca peruano, recién empieza el turismo.

Taquile y Amantaní son ejemplos notables de vida asociada y comunitaria, que exhiben valores de reciprocidad y complementariedad a través de la proyección social de su artesanía textil y de su cantería labrada, discontinuados en otros lugares del Perú que no son estrictamente andinos.

El encanto de Taquile
Al salir de Puno, en la claridad de la mañana, el viajero sube a bordo de una de las embarcaciones que cotidianamente unen la pequeña ciudad provincial a la isla. Mecido por el suave movimiento de las olas, éste goza de los maravillosos contrastes de colores: el intenso azul de las límpidas aguas se confunde y se mezcla con los ocres y verdes de un extraño tapiz vegetal; los cañaverales de totora se abren ante la barca. Después de unas tres horas de navegación, bajo un cielo luminoso, la embarcación se detiene en uno de los pequeños puertos de la isla de Taquile.

Esta es una comunidad autóctona de unas 1,300 habitantes que viven todavía dentro de las tradiciones del siglo XIV según los principios de la vida incaica.

Aquí, sin tener en cuenta el curso del tiempo, han subsistido las tres reglas de oro del Imperio del Sol: Ama suwa, Ama quella, Ama llulla (no robes, no seas holgazán y no mientas). El contacto con las otras civilizaciones no ha podido destruir la profunda identidad del Incanato.
Enriquecida por un agitado pasado, esta pequeña isla sumerge sus raíces en los orígenes mismos de la civilización incaica. Y si bien la colonización española impuso en la isla la pesada carga de la esclavitud, ésta no ha podido destruir los valores de la vida y de las costumbres autóctonas.

De su pasado tormentoso, los habitantes de la isla conservan la determinación y el coraje de afrontar todas las adversidades con un humor constante y jovial. Pues si existe una característica fundamental en Taquile, ésta es sin duda la alegría de vivir, el buen humor, la sonrisa y la ayuda mutua.

En Taquile no hay aviones, no hay camiones, no hay tampoco autos ni motos. Es a pie, bordeando los pequeños senderos de piedras alineadas, que el visitante se deja impregnar por este sorprendente ambiente que envuelve la isla. La principal característica de la isla reside, probablemente, en el hecho de que ha conservado a través de los siglos, un gran número de costumbres de la antigua población lacustre, como una vida comunitaria donde todo se comparte, una artesanía excepcional y única en su género, las danzas, y músicas tradicionales, conservadas en toda su pureza.

La naturaleza ha sido igualmente generosa con la isla. La vegetación silvestre se ha visto enriquecida con eucaliptos y cipreses traídos por el hombre en la década de los '50. Estas especies se adaptaron a las condiciones climáticas de la región. En las aguas que rodean Taquile, crecen las cañas de totora y en las laderas, la gramínea conocida como ichu que sirve tanto para el alimento de las ovejas como para confeccionar los techos de las casas.

Por Hernán Cornejo & Christian Nonis
Año II/Número10 , Página 06
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